PRESENTACION Y PROPÓSITO

Orientaciones de Daisaku Ikeda (fragmentos)

La Soka Gakkai es una organización que, basada en los principios y en la filosofía del Budismo de Nichiren Daishonin, trabaja para concretar el gran deseo del kosen-rufu: la paz y la felicidad para todos los hombres.En este sentido, es la organización la que existe en bien de la gente, y no a la inversa. Por favor, jamás se olviden de este punto. […] Esto es lo que quiero pedirles especialmente, a todos, con la voz de mi corazón. Uno puede decir que la Soka Gakkai es un organismo que cobró vida y forma, específicamente, para hacer surgir la bondad fundamental del corazón humano, engrandecerla y fortalecerla. Sin la organización, no habría orden ni cohesión en nuestra labor. Una entidad dedicada al bien fortalece en el hombre la capacidad de trabajar hacia el bien, y promueve en sus miembros un crecimiento y una autosuperación sin límites. No frena el progreso de la gente ni la deja a merced de sus propias flaquezas, por el contrario, apoya el desarrollo de las personas, las encamina en un rumbo sólido hacia su felicidad y su crecimiento individual. En tal sentido, la organización es solo un medio ya que el fin es que la gente sea feliz. Por ello, aunque usemos el término “organización”, en realidad Gakkai es un conjunto de vínculos entre individuos. Y ésta es la razón por la cual la Soka Gakkai ha valorado y sigue respaldando a cada miembro sin flaquear. Si lo olvidáramos, terminaríamos construyendo una estructura opresiva y restrictiva para la gente. 
AS 862 / 864 

Nuestro propósito es llevar a la realidad el espíritu fundacional de la Soka Gakkai y contribuir a la reflexión e introspección como creyentes en algunas cuestiones claves, como por ejemplo: “¿Por qué no soy plenamente feliz tal como promete el gosho?”, “¿Por qué la organización está estancada?”, “¿Por qué no logro armonizar a pesar de estar orando por ello?”, “No planteo situaciones que me hacen sufrir porque me han orientado que no debo quejarme” etc. Para dar respuesta a estos y otros interrogantes, es necesario revisar algunos conceptos que hemos establecido como verdades, solo por el hecho que venimos repitiéndolas desde siempre, pero sobre las cuales no nos hemos puesto a analizar si es que concuerdan con nuestros pensamientos y acciones.


IMPORTANTE

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miércoles, 26 de noviembre de 2008

FUKYO, “Jamás Despreciar”

Cap. 20 del Sutra del Loto


“Siento una profunda reverencia por vosotros,
y jamás me atrevería a trataros con desprecio o arrogancia ...”
(The Lotus Sutra, págs. 266-67)

El Bodhisattva Jamás Despreciar: El camino del respeto

El corazón humano no sólo es capaz de una gran nobleza sino también de una violenta brutalidad. La capacidad para dirigir la orientación de nuestro corazón es una de las características que nos distinguen de otros animales. Uno ve ejemplos de las nobles posibilidades del espíritu humano en casos cotidianos como el de la voluntad de un padre por sacrificar su comodidad personal por su hijo, o en un súbito acto de amabilidad entre extraños: un impulso hacia el altruismo y un esfuerzo por la felicidad de los demás. Sin embargo, ese mismo corazón puede volverse furioso por las oscuras corrientes de la ira, la intolerancia, el resentimiento y el desprecio hacia sí mismo. Para entender el horrendo alcance de estos impulsos dentro de nosotros, basta con examinar las experiencias de personas comunes que se ven atrapadas por el arrasante infierno de las guerras. Es la simple orientación de nuestro corazón lo que, a fin de cuentas, determina si creamos sociedades caracterizadas por la felicidad y la dignidad, o mutiladas por los conflictos, el temor y la desesperación. El budismo analiza las potencialidades duales de la vida enseñando que todas las personas, sin excepción, poseen una naturaleza de Buda iluminada que da origen a un ilimitado potencial positivo, y que puede hacer que el vivir se convierta en una experiencia maravillosa. Una realidad igualmente fundamental en la vida de cada persona, sin embargo, es que el origen de la maldad yace en la ilusión, es decir, la oscuridad. La ilusión es, en realidad, lo que hace difícil que las personas reconozcan su propia capacidad tanto para una profunda virtud como para una profunda maldad. ¿Cómo dirigimos nuestra vida hacia sus potencialidades positivas, creadoras de valor? Esto es algo que debe estar en el corazón de la religión y de la ética. El Sutra del loto, el cual Nichiren Daishonin considera es la enseñanza que condensa la esencia de la iluminación del Buda, ofrece una respuesta aparentemente simple. Esta respuesta está implícita en la historia del bodhisattva Jamás Despreciar. Según aparece descrito en el Sutra del loto, Jamás Despreciar vivió en el pasado remoto. Su práctica era inclinarse en reverencia ante toda persona con la que se encontraba y alabar la naturaleza de Buda inherente a esa persona. Esto, no obstante, sólo provocaba violencia e insultos a cambio. Las afirmaciones de Jamás Despreciar, sin duda alguna desafiaban las suposiciones negativas profundamente arraigadas en las personas acerca de la naturaleza de la vida. Pero esas reacciones, no lograban perturbar las convicciones de este personaje. Él simplemente se retiraba a una distancia segura y repetía su reverencia, honrando el potencial para el bien que anidaba dentro de sus perseguidores. Con el tiempo, como resultado de estas acciones, la condición humana de Jamás Despreciar llegó a brillar a tal punto que quienes lo habían despreciado se sintieron impulsados a convertirse en sus discípulos, para así entrar al camino por el que ellos mismos podían lograr la Budeidad. El Sutra describe la manera en que, después de relatar la historia, el Buda Shakyamuni revela que Jamás Despreciar era él mismo, en una existencia previa. Existe una clara implicación de que su comportamiento en la vida en que había sido Jamás Despreciar, fue la causa original para la iluminación de Shakyamuni. Nichiren escribe, "El corazón de todas las enseñanzas de la vida del Buda es el Sutra del loto, y el corazón de la práctica del Sutra del loto se encuentra en el capítulo 'Jamás Despreciar'. ¿Qué significa el profundo respeto del Bodhisattva Jamás Despreciar por las personas? "El propósito de que haya aparecido en este mundo el Buda Shakyamuni, señor de las enseñanzas, yace en su comportamiento como ser humano". Aunque el budismo suele ser considerado una filosofía muy abstracta, en la práctica está lejos de serlo. La descripción de la naturaleza de Buda no ha de hallarse en la teoría, está en el comportamiento de este humilde bodhisattva. Un Buda no es un ser extraordinario, es una persona que está profundamente consciente del potencial positivo que yace dentro de su propia vida y dentro de la vida de todos los demás. También es una persona que lucha por ayudar a otros a hacer emerger este potencial. Nichiren aclara que el respeto a los demás, tal como lo ejemplifican las acciones del bodhisattva Jamás Despreciar, constituye la esencia de la práctica budista y la manera correcta en que los seres humanos deben comportarse. Ese respeto no se limita a una consideración pasiva de los demás; es un valiente compromiso de nuestra condición humana. Aunque simple en su formulación, esa actitud representa en la práctica el camino más desafiante. No obstante, el esfuerzo requerido es, precisamente, esa energía fundamental que puede originar una positiva transformación de la sociedad. Como escribe el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, "La clave para que florezca el humanismo pregonado en las enseñanzas budistas es la absoluta convicción en la bondad esencial del ser humano y la dedicación a cultivar esa bondad, tanto en uno mismo como en los demás".

[Cortesía de la revista SGI Quarterly, edición de abril de 2005 ]

martes, 25 de noviembre de 2008

Mentor - Discípulo

Un modelo para la práctica religiosa del Nuevo Milenio
Por Greg Martin

(Reunión de Estudio de Verano, Baltimore, 21 de julio de 2001)
Traducción tentativa de E.C.

Quisiera referirme a la relación Mentor-Discípulo pues tengo varios motivos para elegir este tema. En primer lugar, porque escuchamos hablar mucho acerca de ello en estos días. En realidad, y en opinión de algunos, escuchamos hablar demasiado sobre el tema. En realidad, me parece que si bien treinta años atrás cuando comencé a practicar, ya se hablaba sobre ello, hoy escucho hablar mucho más que en aquel entonces y, para ser completamente honesto, este asunto de Mentor-Discípulo me molestó durante mucho tiempo. No sé exactamente por qué me incomodaba, pero puedo decirles que me alegro cuando dejamos de llamarlo “Maestro-Discípulo” y pasamos a llamarlo “Mentor-Discípulo”, me dio un poco de alivio. Pero continuaba preocupándome. La sola idea del Mentor, la sola imagen de esta persona, me resultaba muy difícil de aceptar.

Pero paralelamente, al estudiar –cosa que disfruto haciendo-, cuando leía el Gosho, cuando leía el Sutra del Loto o la orientación del Presidente Ikeda, se me hacía evidente que no podía descartar esta parte de la enseñanza. No podía ignorarla: era importante. En efecto, el Sutra del Loto en su totalidad gira en torno a la relación, diálogo e interacción entre el Buda Shakyamuni y sus discípulos. El Gosho de Nichiren Daishonin está constituido por las cartas escritas de un maestro a sus alumnos y por el diálogo epistolar que él generaba en sus escritos.

Me enfrentaba, entonces, a un verdadero dilema: por un lado, aquí tenía algo que no podía realmente comprender y con lo cual no me sentía cómodo. Por el otro, era consciente de la extrema importancia que tenía el entender este punto para poder comprender el budismo.

Por lo tanto, quisiera referirme a algunos aspectos de mi actual (ya que ésta continúa creciendo y desarrollándose) perspectiva sobre la relación Mentor-Discípulo. Y antes que nada desearía leerles un fragmento de una orientación del Presidente Ikeda extraída de “Fe en acción”:

“La sangre vital del Budismo existe solamente dentro de la fe correcta y manifiesta en la Ley. Una fe correcta, vehículo de la corriente vital del Budismo, sólo se transmite a través de la relación Mentor-Discípulo. El Daishonin escribió en el Gosho «Advertencias sobre los actos contra la Ley»: ‘Si uno olvida al maestro original que le trajo el agua de la sabiduría desde el gran océano del Sutra del Loto, para seguir a otro, seguramente se hundirá en el interminable sufrimiento de la vida y de la muerte’”.

Y mi análisis del tema me ha llevado a la conclusión de que Maestro-Discípulo es, de hecho, un modelo de fe religiosa válido para el próximo milenio. Y no solamente para nosotros: constituye un modelo de postura religiosa orientativa para todas las filosofías.

Hasta ahora, el modelo aceptado de fe religiosa en casi todas las tradiciones ha sido aquél de relación de “ser superior a ser inferior”. Con demasiada frecuencia el maestro se eleva al rango de un dios, deja de ser un ser humano para situarse en un lugar elevado. Lo mismo encontramos dentro del ser humano en su postura de la fe: mirar hacia arriba buscando alguna entidad más alta o poderosa. No sólo “esta persona” se encuentra por sobre nosotros, es mejor que nosotros, más poderosa que nosotros, más sabia que nosotros, sino que también supone que nosotros nos encontramos “aquí debajo”. Esta relación “más alto-más bajo” conduce al modelo básico de fe religiosa: el de adoración. Se termina adorando a este ser, esta entidad o cualquiera sea el nombre que quieran darle.

¿Pero realmente es éste el modelo correcto de fe religiosa válido para estos días, para esta época? Mi conclusión es “no”. En el preciso momento que el fundador de una religión, por grandioso que éste haya sido, es colocado en un pedestal... ¿qué pasa con nosotros? Somos situados debajo. Esto no es más que el resultado de una tendencia humana profundamente arraigada: la falta de fe en nosotros mismos, la dificultad de creer en nuestras propias posibilidades. Es algo difícil, ¿verdad? Invocamos Nam-myoho-renge-kyo, hacemos gongyo mañana y noche, aprendemos que nosotros somos el Buda... pero es difícil de creer. Es difícil vivirlo.

A los seres humanos nos cuesta aceptar nuestra grandiosidad. Existe una cita atribuida a Nelson Mandela que afirma que no es nuestra debilidad lo que tememos, sino nuestra luz, nuestra grandeza. Tememos que podamos llegar a ser, de hecho, mucho más de lo que creemos ser. Tendemos a considerar a otros como mejores, más misericordiosos, más sabios, etc. y los colocamos en un pedestal. Depositamos en ellos nuestra confianza: ésta es la historia de las religiones humanas.

En algunas tradiciones religiosas, si al creyente tan sólo se le ocurría pensar en estar “ahí arriba”, esa arrogancia ya constituía una herejía. Hubo tiempos en la era Cristiana en que se torturaba y quemaba vivas a las personas que afirmaban tales cosas.

En “La sabiduría del Sutra del Loto”, el Presidente Ikeda trata este exacto punto. En referencia al Buda Shakyamuni, Sensei cita a Jawaharlal Nehru (1889-1964, discípulo de Gandhi y primer gobernante de la India luego de su independencia de Inglaterra en 1947) quien afirmó una vez que en el momento en que Shakyamuni fue elevado al rango de ser sobrehumano por sus discípulos –sin duda que llenos de buenas intenciones- y dejó de ser un ser humano para convertirse en un dios, una divinidad, alguien mejor que ustedes o yo, en ese mismo instante desapareció el humanismo del budismo. Las personas comenzaron a venerar y buscar los poderes del Buda y, en este proceso, implícitamente aceptaron que ellos mismos carecían de poder. ¿Ven cómo funciona? En el mismo instante en que comenzamos a buscar “afuera”, ya estamos autonegándonos. Y cuanto más lo hacemos, más difícil es creer en aquello que podríamos llegar a ser. La mayoría de las religiones concluyen en que “uno no es eso”, “uno no puede hacerlo” y que la única esperanza que podemos albergar es que, al morir, vayamos a un lugar mejor.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882) afirmó que en los Evangelios siempre hemos leído acerca de la grandiosidad del hombre... pero en la iglesia sólo escuchamos sobre la grandiosidad de Jesús. Y aquí radica el problema: debemos implorarle a Jesús que nos devuelva el poder, que nos permita que Dios entre en nuestras vidas... ¡Ésta es una visión muy pesimista de la condición humana!

Un sábado a la noche de hace aproximadamente dos años, me hallaba en mi casa, cuando recibí un llamado de un miembro de California que trabajaba como productora de un programa televisivo del Reverendo Lawson, un ministro bautista de Los Ángeles: el invitado agendado para el programa de ese domingo les había fallado, y me estaba invitando a dicho programa que se transmitía desde un canal cristiano. “Pero antes de responderme” me advirtió, “debo recordarle que mañana es domingo de Pascuas y el Reverendo seguramente le preguntará ‘¿Qué piensan ustedes los budistas acerca de la resurrección de Cristo?’ ”

Yo le contesté a esta señora: “¡La verdad es que no pensamos muy frecuentemente acerca del tema!”. Ella replicó: “Pero, Greg, ésta sería una gran oportunidad para establecer una conexión, porque usted recordará que el Rev. Lawson, que fue uno de los discípulos del Dr. King, ha oído acerca de la SGI”. Entonces yo dije: “No tengo la menor idea de qué puedo llegar a hablar con él”. Y ella me replicó: “Bueno, ya pensará en algo” (¡Me conocía bastante bien!). Terminé aceptando.

Entonces me puse a invocar sobre el tema y a pensar “¿Y qué hago si me hace esa pregunta? ¿Qué voy a contestarle?”. Acababa de terminar un nuevo fragmento de “La sabiduría del Sutra del Loto” que plantea el modelo de fe religiosa de Maestro-Discípulo y según el cual podríamos considerar a Jesús, su vida y su resurrección como un maestro, un guía, un paradigma para nuestra propia vida y no como alguien especial al que no nos parecemos. Entonces me dije: “¡Vayamos valientemente a donde ningún budista jamás ha ido y veamos qué pasa!”.

Empezó el programa y comenzamos a charlar y, tal como habíamos previsto, me encaró y me preguntó: “¿Qué piensan los budistas acerca de la crucifixión y la resurrección de Cristo?”. Y aquí está lo que le respondí basándome en el concepto de “Mentor-Discípulo” como modelo de fe religiosa para el siglo XXI. (En ese momento, el programa estaba siendo visto en 15 millones de hogares de Estados Unidos, por lo cual estaba seguro de que habría montones de cristianos mirando y advirtiéndome: “¡Ojo con lo que responde!”) [risas]

De todos modos, seguí adelante: “Bien, mi Maestro me enseña que el modelo correcto de fe religiosa debería ser el de Mentor-Discípulo y no el de Dios-Seres humanos. Por lo tanto, si estudiamos la vida y muerte de Jesús como ser humano y como modelo de vida para enseñarnos acerca de nuestras propias vidas, entonces podemos sacar ciertas conclusiones. Ante todo, él fue resucitado. Eso significa que la vida no termina con la muerte, sino que hay algo más allá: volveremos a renacer. Y, además, él resucitó en mejores circunstancias ¿verdad? Se sentó a la derecha de Dios, si mi conocimiento del cristianismo no me falla: una espléndida circunstancia en la cual renacer. ¿Qué le hizo merecer tal magnífico renacimiento? ¿Cómo se ganó eso?” Y luego agregué: “Para comprenderlo, deberíamos analizar su vida”.

“Un par de conclusiones. Número uno, el mero hecho de que uno viva muchos años no determina con qué condiciones uno renacerá. La longitud de la propia vida no constituye el punto, porque Jesús no vivió muchos años. Número dos, cuánto sufrimiento pueda uno evitar, o cuan fácil y llena de algodones sea tu vida tampoco constituye el punto, porque Jesús, por el contrario, vivió y murió con sufrimiento y dificultades. En cambio, deberíamos analizar la historia de su vida y tratar de percibir el verdadero mensaje que ella transmite y que yace en cómo él trató a los demás, especialmente a aquellos que la gente descartaba, discriminaba o marginaba: a los enfermos, a los que sufrían, a los desposeídos, a aquéllos de los estratos más bajos de la sociedad. Es la manera en que él trató a sus semejantes lo que define la dimensión de este hombre. Es debido a esto que él renació en una mejor circunstancia”.

“Por lo tanto nosotros, como budistas, podríamos considerar a Jesús como un gran maestro y encontraríamos sabiduría en este punto. Podemos extraer la sabia enseñanza de que la manera cómo vivimos esta vida determinará la próxima, cualquiera que esta sea. Y que el punto clave es que, a medida que atravesamos esta vida, deberíamos intentar imitar su comportamiento, ser nosotros mismos Jesús, en lugar de venerar su poder. Por eso, podríamos considerar a Jesús un maestro”.

El Reverendo Lawson me miró fijamente y yo pensé: “Oh oh, aquí se arma”. Pero dijo: “¡Esto es absolutamente correcto! ¿Cómo se le ocurrió?” (Había tenido la misma conversación con Dean Carter el fin de semana pasado y él me había confesado: “Sí, esto es absolutamente correcto. Lo triste es que la mayoría de los cristianos no lo saben”).

Desde el punto de vista del modelo Mentor-Discípulo, el Mentor nunca deja de ser un ser humano y es porque el Mentor permanece siendo un ser humano que precisamente se convierte en un modelo que nos es posible alcanzar. No sólo uno tiene la posibilidad, sino que se encuentra imbuido de la imagen de uno mismo haciendo lo mismo que él.

Tal como el Presidente Ikeda dice en “La sabiduría del Sutra del Loto”: la relación de Mentor-Discípulo nos desafía como discípulos a tener una visión fundamentalmente diferente de nosotros mismos. Podemos dejar de vernos como inadecuados, incapaces, o no poseedores de las mismas cualidades que él. Como discípulos, como estudiantes, si optamos por el modelo Mentor-Discípulo, el reconocer que tu Maestro pone “alta la marca” nos demuestra la increíble capacidad del ser humano. El propósito de la vida del Maestro (trátese de Shakyamuni, T’ien Tai, Nichiren, el Presidente Ikeda o quien fuere) no es decir: “¡Mírenme qué grande soy!”. Sino más bien expresar: “¡Considérenme como a un ejemplo de cuan grandes ustedes pueden llegar a ser!”. Y esto constituye una visión completamente diferente del asunto: es un desafío, es difícil de creer.

Cuando contemplamos a un gran Mentor y a lo que ha logrado con su aliento, su intrepidez, su misericordia y su sabiduría, lo primero que nos surge es decir: “Él debe ser diferente de nosotros” porque sentimos una dolorosa conciencia de nuestras debilidades, limitaciones, maldades, pensamientos negativos y todo eso, nos es imposible imaginarnos que, dentro de nuestra vida humana, existan exactamente las mismas cualidades. Pero, de hecho, ahí radica el punto: la posesión mutua de los Diez Estados nos enseña que el Buda se manifiesta como un mortal común y que un mortal común –lleno de debilidades, pereza y todo tipo de rasgos negativos- también posee todas las cualidades de un Buda.

Shakyamuni en el Sutra del Loto estaba intentando enseñarnos a su manera no solamente todo lo grande que era su vida sino, lo que es aún más importante, todo lo grande que es la vida de cada ser humano individual, ya que eternamente poseemos la naturaleza de Buda y la podemos manifestar en nuestra vida cotidiana.

Lamentablemente, tan sólo en el término de pocas generaciones luego de su muerte, sus discípulos perdieron de vista esta visión y comenzaron a creer que Shakyamuni era alguien especial, diferente, alguien a quien ni ustedes ni yo podríamos jamás alcanzar. Fue entonces, por supuesto, cuando el Buda histórico fue elevado y nosotros degradados, ésta es la brecha que hay entre él y nosotros. ¿Y quiénes aparecieron convenientemente entre él y nosotros? Los sacerdotes: ellos mismos se fabricaron sus propios empleos. Si ellos nos hubieran elevado al mismo nivel del fundador, no hubiera existido el negocio. Por lo tanto, si nos basamos en sus débiles naturalezas, no está entre los principales intereses de los sacerdotes recordarnos a los laicos que también poseemos ese poder.

Así fue como los sacerdotes se convirtieron en los emisarios, los enviados. Ellos nos dicen: “No te preocupes, iré a la cima de la montaña y regresaré trayéndote el mensaje del Buda, confía en mí. Te contaré lo que me dijo, pero tú... no, tú no puedes ir, no, no, no”. En el instante en que esto ocurrió, el humanismo del Budismo se perdió. Se centró en los sacerdotes e intermediarios, mientras que para las personas comunes, ustedes y yo, que vivimos vidas cotidianas, el budismo se convirtió en algo impracticable en nuestra vida diaria y así nos volvimos dependientes de los “intermediarios” que nos decían, interpretaban, ayudaban a comprender y nos “concedían” la sabiduría. Acudíamos a ellos, ellos oraban por nosotros porque, por algún motivo, su oración era más poderosa que la nuestra. Ellos estaban un poco más cerca de Dios porque se encontraban siempre en la cima de la montaña. Lo mismo le ocurrió a Jesús. El Jesús humano se convirtió así en el “Señor Jesucristo”.


Un ejemplo muy interesante de estos modelos de fe religiosa lo constituye el feudalismo. Del mismo modo, hay un Señor Jesucristo, un Señor Shakyamuni y nosotros no somos más que los labriegos “vasallos de la fe”, ¿no es así? Y eternamente permaneceremos como vasallos o aparceros de la fe, por así decirlo. Y siempre estaremos endeudados con el almacén de la compañía y lo mismo le pasará a nuestros hijos: ellos heredarán nuestra deuda.

Se dice que el Buda posee tres virtudes: la soberano, maestro y padre. Gracias a que Nichiren Daishonin inscribió el Gohonzon, éste también posee estas tres virtudes. Pero esto genera tres relaciones: la de Padre-Hijo, la de Maestro-Estudiante y la de Amo-Subordinado.

Entonces, si el budismo tiene la función de padre, entonces sus discípulos son los hijos del Buda. Frecuentemente escuchamos que “todos somos hijos del Buda”. En realidad, si el budismo influyó al cristianismo –como dicen que hizo- entonces en verdad esto es equivalente al “Hijo de Dios”. Todos somos hijos e hijas de Dios bajo esos términos. Pero, ¿es Padre-Hijo el modelo más adecuado para la fe budista?

A pesar de que constituye un aspecto importante, para que el Gohonzon funcione como un padre, para que nos abrace con amor y misericordia, para que cumpla las funciones que todo padre debe cumplir... entonces debe existir un hijo. Por lo tanto, un aspecto de la fe consiste en aproximarse al Gohonzon y a la práctica confiados como niños. No quiero decir que permanezcamos siendo infantiles, pero sí que la pureza y la sinceridad de la confianza en el Buda constituyen un importante aspecto de la fe y así entendemos porqué las dudas interfieren en esa fe. Si el bebé dudara de la leche materna y dijera: “Espera un minuto, quiero un análisis de eso antes de beberlo” [risas], ¡entonces sí que se encontraría frente a un verdadero problema!

Por supuesto que no se trata de fe ciega ni de ciega confianza. No deberíamos ser incondicionales, sino tener confianza. ¿Cuántas veces nuestros antecesores nos piden que “confiemos en el Gohonzon?”. Para ser capaces de confiar, uno necesita detener y sobrepasar sus propias dudas, pero no tapándolas. Casualmente la otra noche me preguntaba cómo sería tener una fe libre de dudas. Escuchamos demasiado a menudo que “Si realmente tuviéramos fe, si verdaderamente fuéramos serios, nunca deberíamos dudar”. Entonces, como dudamos, nos sentimos avergonzados de ello, lo escondemos, lo queremos suprimir, no se lo podemos contar a nadie porque estaríamos evidenciando que algo anda mal en nosotros. Y esto es incorrecto.

Todos dudamos. De hecho, el Buda utilizó la duda en el Sutra del Loto para despertar el espíritu de búsqueda de sus discípulos y ayudarlos a atravesar el lugar en el cual se encontraban convencidos de que ya habían accedido a un nuevo nivel de fe. La duda constituye el primer paso hacia profundizar nuestra fe, por lo tanto, no deberíamos avergonzarnos de nuestras dudas, sino que más bien deberíamos ser honestos, asumirlas, enfrentarlas, explorarlas, porque una fe más profunda nos aguarda al final de ese proceso. Cuanto más profundas son nuestras dudas, más profunda es la fe que conquistamos una vez que las vencemos.

Por lo tanto, deberíamos esforzarnos por tener una fe “liberadora de dudas”. No libre de dudas sino “liberadora de dudas”, porque aplicar la fuerza de nuestra fe y práctica para resolver nuestras dudas deriva en una fe más profunda. Ése es el verdadero aspecto de un “niño”.

Pero también la relación Padre-Hijo tiene sus implicancias. Un niño depende de su padre, no es su igual, por decirlo de alguna manera. Y, por tanto, no constituye el modelo adecuado de fe religiosa para nosotros ya que no deseamos ser dependientes de nuestro mentor, siempre obligados a pedirle nuestro alimento, siempre escuchando qué es lo que tenemos que hacer y careciendo de la sabiduría necesaria para decidir por nosotros mismos. Ser dependiente del Mentor tampoco es el modelo correcto de fe.

Por otra parte, está la relación Soberano-Súbdito. Éste es el modelo feudal del señor y sus vasallos. La función del señor feudal es proteger. En el sistema feudal, los señores tenían las armas y los soldados y así protegían las aldeas. Los vasallos hacían sus tareas, cultivaban los campos y servían a su señor feudal. Éste, a cambio, los protegía. Por lo tanto, la función de protección surge cuando participamos en nuestra fe como buenos soldados, por así decirlo, buenos ciudadanos de la comunidad budista. En nuestros días de democracia, prepondera la idea de que la unión de los budistas es el verdadero soberano, no un individuo en particular. En la medida que sirvamos a un más grande objetivo, participando en la gran tarea del Kosen-rufu y llevando a la práctica el mandato del Buda como buenos ciudadanos de esta comunidad, estaremos protegidos.

Pero la relación Soberano-Súbdito también tiene implicancias que no son apropiadas para un modelo de fe religiosa. El sujeto, el vasallo, nunca llegará a ser un señor del sistema feudal: existe una polaridad clase alta/clase baja, el poderoso y el débil: definitivamente no es una relación igualitaria. Por eso, es importante servir a la comunidad -eso es verdad y no lo descartamos- pero tampoco constituye el modelo central.

El modelo principal de fe religiosa es aquél de Maestro-Estudiante porque constituye una relación humana dentro de la cual el estudiante puede aspirar no sólo a igualar a su maestro sino hasta a sobrepasarlo llegando más allá que él. De hecho, la aspiración del maestro es que el estudiante no sólo llegue a ser su igual sino que, partiendo de lo que él le enseñó, lo lleve aún más arriba. Éste es el modelo correcto de fe religiosa.

Uno no elige a sus padres, uno no elige a su soberano -aunque desde el punto de vista kármico lo hagamos- pero uno sí elige a su maestro. Es una elección voluntaria que hacemos y, debido a que es voluntaria, constituye una de las relaciones más importantes que podemos llegar a tener en nuestra vida. Existe un término japonés llamado chudoshu que significa “espíritu de búsqueda a lo largo de una vida”. No es nada fácil mantener el espíritu de búsqueda a lo largo de la propia vida, es más fácil cuando uno es joven. Pero a medida que envejecemos, se nos torna más difícil continuar buscando, seguir estando en el camino sin fin del crecimiento personal, nunca llegar a un punto en el cual estar satisfecho y decir “lo logré”.

De hecho, mi propia experiencia me enseña que, en cuanto pienso “Lo logré” es cuando más en peligro estoy porque es evidente que no lo logré, sino que, por el contrario estoy continuamente “lográndolo”. Estoy buscando constantemente y éste es un aspecto importante de nuestra fe. Existe un término llamado juji soku ganjin que significa que abrazamos el Gohonzon con estas tres orientaciones espirituales que acabamos de ver: como niños, buscamos y confiamos en el Gohonzon. Como estudiantes, buscamos y confiamos en el Gohonzon, buscamos nuestro mentor -Nichiren Daishonin o el presidente Ikeda, quien encarna al mentor porque es un excelente ejemplo de lo que debe ser un discípulo. El Presidente Ikeda nos está mostrando “Así es cómo debemos caminar en esta vida como discípulos de Nichiren Daishonin. Mírenme, les enseñaré. Les explicaré, les diré cómo ser excelentes discípulos”. Y “excelente discípulo” significa para Sensei “compartir el mismo corazón del Daishonin”.

Los discípulos de Shakyamuni -sin duda que a causa de su sincera devoción- lo elevaron a un plano especial, a alguien que se encontraba más allá del ser humano común y, en ese preciso momento, la humanidad del budismo se perdió de vista. Nichiren Daishonin comprendió perfectamente este punto. En el Gosho “Sobre el logro de la Budeidad”, el Daishonin afirma “Jamás busque fuera de usted mismo ninguna de las ochenta mil enseñanzas de Shakyamuni o de los Budas y bodhisattvas del universo”. Está enfatizando el mismo exacto punto. El Buda Shakyamuni no está fuera de uno, sino que él, el estado de Buda, se encuentra dentro de nosotros, y repite este mensaje una y otra y otra vez en sus todos sus goshos.

Nichiren Daishonin escribió el Gosho “La apertura de los ojos” para abrir los ojos de las personas a su propia Budeidad. Entonces, ¿quién es el padre, maestro y soberano de todos los seres vivientes? Es Nichiren. Pero ésa no fue la única razón por la cual él escribió ese tratado, sino que lo hizo para abrir nuestros ojos a nuestras propias posibilidades. Pero, a poco de su muerte y en el término de unas pocas generaciones, Nichiren Daishonin, el ser humano increíble, misericordioso, sabio, etc. pero ser humano al fin, fue endiosado y la gente comenzó a autodegradarse y la idea del Buda Verdadero o del tesoro del Buda ya no nos incluyó ni a ustedes ni a mí. Aquel ser humano se había convertido en algo “especial” y sus discípulos habían olvidado su mensaje.

El 26to. Sumo Prelado, Nichikan Shonin, recordó esto y volvió al punto esencial. Él dijo: “El estado de vida de Nichiren yace dentro de ustedes, dentro de las vidas de todas las personas que invocan Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon: ustedes son Nichiren Daishonin”. Pero, luego, este mensaje volvió a dejarse de lado.

Y entonces no fue un monje quien lo reencontró, sino Tsunesaburo Makiguchi, y luego se lo transmitió a Josei Toda. Y Toda a su vez se lo transmitió al Presidente Ikeda y él está hoy intentando transmitirlo a todos nosotros. La clave es: nunca, pero nunca jamás, permitan a nadie que se coloque por sobre ustedes mismos. La relación Mentor-Discípulo constituye un vínculo humano. Es verdad que los grandes mentores son gente increíble que elevan los estándares hasta una altura en que a veces se hace difícil alcanzar. Pero el propósito y significado de sus vidas y enseñanzas no es acerca de ellos mismos, sino de nosotros. Se trata de que nos imaginemos a nosotros mismos haciendo lo mismo que ellos, encontrando dentro de nosotros sus maravillosas cualidades.

El Mentor nos dice: “Mírenme, les mostraré lo que pueden llegar a hacer... lo que pueden llegar a ser”. Pero, nuevamente, nos cuesta creerlo. Muchas veces he oído a los miembros referirse al Presidente Ikeda con frases como: “El Presidente Ikeda puede hacer eso, pero yo no podría”. Hablamos de él como si fuera especial. Sí, es cierto que es grande y yo también siento así respecto de él, pero en el mismísimo instante en que pensé que él tiene algo que yo no tengo... él lo hace y yo simplemente aún estoy en potencialidad. Y tengo el mismo potencial dentro de mí al punto que puedo aprender de él a través de su ejemplo, de sus orientaciones y de sus acciones que me muestran qué puedo hacer y cómo puedo desafiar mis propios límites para llegar a ser uno de los miles de millones de presidentes Ikeda y Shin’ichis Yamamoto que vivimos en este planeta. Debo convertirme en uno de ellos, no simplemente buscar afuera su poder.

En este sentido, la relación Mentor-Discípulo sí es realmente un modelo de fe religiosa. Representa una orientación diferente y desafía al discípulo a pensar por sí mismo desde una perspectiva completamente diferente, a poseer un paradigma propio acerca de sí mismo.

El otro día leí un libro interesante: “Por qué el cristianismo debe cambiar o morir”, escrito por un obispo episcopal, un tanto radical, de nombre Spong. Él enumera una serie de puntos importantes: primero, Dios debe dejar de ser visualizado o idealizado bajo lo que llama “imágenes elevadas”. Mientras los cristianos continúen considerando que Dios está “allá arriba” y “allá afuera”, la iglesia estará condenada a morir porque queda claro que no hay ningún lugar “allá arriba”. ¿Y dónde más podría estar? Y responde –en un lenguaje muy interesante-: “Debemos comenzar a pensar en Dios desde el punto de vista de ‘imágenes de profundidad’”, y agrega “Debemos pensar en Dios como una fuerza que emerge de la tierra”.

Segundo, “debemos dejar de considerar a Jesús como Dios y, en cambio, comenzar a verlo como un maestro. En la medida en que los cristianos no lo hagan, la iglesia seguirá camino hacia su propia muerte. Los viejos modelos no funcionan más. La gente ya ha evolucionado más allá del modelo feudal”.

Tercero, “debemos dejar de pensar en la iglesia como en una institución o un corpus formal y comenzar a verla como conjunto de seres humanos”. Interesante, ¿no?

Cuando terminé el libro, me dije: “Uno ve al cristianismo convertirse en budismo porque es exactamente eso lo que estamos presenciando. Y es precisamente ésta la razón por la cual, cuando los budistas descubramos un lenguaje común, podremos comunicarnos con tantos y tantos cristianos. Spong también escribe: “Existen millones de lo que llamamos ‘cristianos en el exilio’ quienes poseen una creencia básica pero no logran conectarse con las enseñanzas que bajan del púlpito en nuestros días”. Cuando hallemos el lenguaje justo que necesitamos usar, cuando comencemos a conectarnos con ellos, emergiendo de la tierra, y Jesús como maestro y todo eso, entonces habrá mucha gente que se sentirá como en su propio hogar con nosotros.

Otro libro, “Soka Gakkai en América”, es un estudio de nuestra organización realizado por Phillip Hammond de la Universidad de California en Santa Bárbara. Él hizo una relevamiento de nuestros miembros y logró un muy buen análisis de nuestra organización. Hay mucho que debemos aprender allí y hace un planteo muy interesante:

Hay investigaciones demográficas que sostienen que se han identificado tres líneas básicas de pensamiento en la Norteamérica de hoy. La primera la representa lo que se ha dado en llamar los “Habitantes Primordiales”, que son fundamentalistas. Tienden a vivir fuera de las grandes orbes. Alrededor del 30% de los norteamericanos son “Habitantes Primordiales”. Estas personas querrían regresar a los viejos valores de antaño, son los que creen que el pasado es mejor que el presente y que el problema es que debemos regresar a aquélla forma de vida. Son tradicionalistas y, desde el punto de vista religioso, son fundamentalistas.

El segundo grupo lo constituyen los “Modernistas”. Cerca del 40% de los norteamericanos son “Modernistas”. Éstas son las personas que creen en el progreso y la ciencia y que viven atrás del dinero y el éxito y todas esas cosas, y creen que obteniéndolas serán felices.

El restante 30% de los norteamericanos son los denominados “Transmodernistas”. Este grupo cree en la ciencia, el progreso y demás pero saben que no van a lograr lo que el grupo anterior cree que van a lograr y, por tanto, van más allá: le dan gran importancia a la espiritualidad. Este grupo se acerca a nuestras creencias casi exactamente. Se cree que existen aproximadamente 44 millones de norteamericanos a los que podría llamárseles “proto-budistas”. Ya son budistas, pero aún no lo saben.

Hammond también remarca que, la mayoría de nosotros, cuando encontramos el budismo, no experimentamos un cambio radical de pensamiento. Por el contrario, cuando hemos encontrado este Budismo, nos sentimos como en casa desde el comienzo. Sentimos: “¡Esto es lo que yo venía creyendo!”. Hammond dice que, sorprendentemente, no existe un proceso de conversión marcado sino más bien un proceso de descubrimiento y la sensación de que “finalmente encontré un grupo, un lugar, una enseñanza acorde con lo que yo he venido creyendo todo este tiempo”. Cree que hay 44 millones de personas esperando tan sólo descubrir que nosotros existimos. Es un pensamiento muy estimulante si lo analizan detenidamente.

Por último, creo que la relación Mentor-Discípulo trata principalmente acerca del desarrollo espiritual, moral y del carácter del discípulo. Constituye un desafío para todos nosotros. Es un modelo que nos exige que pensemos de manera diferente, que vayamos más allá de nuestros límites. Ya hemos rechazado la concepción tradicional del ser humano y también hemos dejado de implorar a algún poder externo que nos ayude porque sentimos que no somos capaces por nosotros mismos de lograr otro conocimiento. Entonces, ahora el desafío que enfrentamos yace en aceptar y mirar dentro nuestro y descubrir la grandeza que existe en las profundidades y corazones de cada uno de los seres humanos, las inmensas cualidades del coraje, autoconfianza, esperanza, sabiduría y perseverancia que todos poseemos en idéntica medida, pero que nos empecinamos en negar. Vivimos en el descreimiento porque nunca habíamos encontrado un método por el cual pudiéramos abrir la llave de nuestro depósito de grandeza para dejarlo fluir libremente.

Por el contrario, la religión, la filosofía, la educación, nos han venido enseñando que somos limitados. Que es arrogante pensar lo contrario. Que tales aspiraciones están más allá de nuestras posibilidades humanas. Entonces terminamos depositando nuestra confianza y nuestra fe en aquéllos que creemos que son mejores que nosotros. Es preciso que esto cambie.

La Budeidad yace en despertar a nuestro verdadero yo. Nichiren Daishonin nos legó la práctica del auto-despertar. Inscribió su vida en el Gohonzon pero no para que veneráramos su vida y su poder, sino para que, cuando enfrentamos el Gohonzon, podamos percibir que la llave está allí. Y la llave es “Nam-myoho-renge-kyo – Nichiren”. Devociónense con sus mentes, su voces, con sus cuerpos a la Ley Mística de causa y efecto y manifestarán la vida de Nichiren en su interior.

La Ley y el Buda dentro de nuestras vidas son una sola. El Gohonzon es un mensaje a las generaciones futuras porque Nichiren comprendió la naturaleza humana: sabía que la llave se perdería apenas él hubiera desaparecido. Imagino que se preguntó: “¿Cómo puedo enviar un mensaje al futuro de manera tal que, aunque pierdan la llave, cualquiera pueda redescubrirla para revelar el gran significado, el gran poder del Budismo y de la práctica budista?” Entonces la colgó delante de nosotros.

Sí, frente a nosotros está la llave. Pero si invocamos daimoku frente al Gohonzon pensando que el poder está fuera de nosotros, creyendo que el Gohonzon va a salir por ahí a hacer las cosas por nosotros, entonces no comprendimos la llave.

Por cierto, el clero de la Nichiren Shoshu ha malentendido la llave. Ellos creen (y es lo que enseñan) que el Dai-Gohonzon constituye la raíz, que el Sumo Prelado es el tronco y que el sacerdote es la rama. Que nuestro Gohonzon es la hoja y que el poder de nuestros Gohonzon provienen de él. Creen que Nam-myoho-renge-kyo significa “Lo tengo” en lugar de “Lo tenemos”. Creen que “Nam-myoho-renge-kyo – Nichiren” significa “Yo soy el Buda Verdadero” en lugar de “Todos nosotros somos los Budas Verdaderos y Originales”. (Dicho sea de paso, las “hojas” de nuestros Gohonzons han caído del árbol (según dijo el Reverendo Nagasaki en Nueva York). Obviamente, esto es incorrecto. Si ustedes leen el Gosho queda claro que éste no es el caso. Pero es comprensible porque, en las profundidades de los seres humanos siempre existe este absurdo descreimiento en nosotros mismos, esta falta de voluntad y este impulso de confiar en alguien para que conduzca nuestro timón. “Me encuentro rodeado de todas estas personas (los bonzos) que parece que saben lo que hacen, por lo que pondré mi confianza en ellas”. Y este es un grueso error.

El verdadero beneficio del asunto del clero radica en que finalmente podemos aprender el verdadero modelo de fe religiosa, porque nosotros, antes de esta ruptura, también pusimos nuestra fe en ellos. Si bien la confianza constituye un aspecto importante de la fe, debemos emplearla en confiar en nuestros antecesores, en confiar en las demás personas pero, sin perder de vista que, en última instancia, nosotros somos los únicos responsables de nuestra propia vida. La vida es un viaje. Hay pasajeros y hay choferes. Pero se necesitan choferes.

Existen muchas, muchísimas personas que son meros pasajeros de sus propias vidas, dejando siempre que otro se las maneje. ¿Cuántas veces uno dice: “Me estás enojando... ¡Basta!”? Eso lo dice alguien que va detrás del chofer. Ése es un pasajero. Lo que estamos diciendo es: “Tienes poder sobre mis emociones. No tengo el control. Manejas mi ira y, mientras sigas haciendo lo que estás haciendo, yo voy a seguir sintiéndome enojado. ¡Basta!”. Y así la vida se convierte en un pasajero que obedece al chofer. Uno se ve obligado a manipular el comportamiento de los demás, a darles instrucciones, a pedirles que hagan lo que necesitamos que hagan para que nuestras emociones no se desboquen. Es un concepto totalmente absurdo. No cabe duda de que, con esta manera de pensar, les hemos dado el volante de nuestra vida a otros y ahora nos sentimos frustrados y furiosos porque no manejan bien.

Recobremos el volante. Comencemos a conducir y dirigir nuestras propias vidas. Poseemos el poder más importante del universo que es el poder que se encuentra dentro de nuestras vidas para elegir nuestro estado de vida. Cuando alguien haga algo que no nos guste, no es necesario que nos enojemos. Siempre lo hemos venido haciendo porque creíamos que era la única opción, pero tenemos diez opciones.

Si alguien hace algo que no nos gusta, podemos ir al Infierno. Podemos comer algo. Veamos... animalidad... podríamos gruñir o algo parecido, podríamos enojarnos, ésa también es una elección. Podemos retirarnos, meternos en nuestro cuarto, ponernos los auriculares y escuchar música. O entrar en éxtasis y decir: “Oh, adoro cuando haces eso”. O podríamos hasta ser un poco más proactivos: “Bueno, realmente estoy aprendiendo gracias a lo que haces”. Y más aún, “Estoy sintiendo un despertar”, o podríamos sentir misericordia “Realmente me gustaría ayudarte”... o podríamos alcanzar la Budeidad. Todas estas opciones están a nuestro alcance.

Pero mientras creamos que no tenemos opción, estaremos atrapados en los seis estados más bajos y seguiremos siendo solamente pasajeros de nuestras propias vidas. Nam-myoho-renge-kyo trata acerca del instante, de elegir a cada instante, de elegir cada pequeño y único instante de nuestras vidas, de recobrar el control y el poder sobre nuestras opciones. Uno no dictamina el comportamiento de los demás, ni siquiera podemos controlarlo. Y esto es algo bueno porque francamente no creo que hiciéramos un buen trabajo controlándole la vida a otro.

Recobremos el control de nuestras vidas. Aspiremos a lo más grande. Esto está en nuestro interior, no hay nada que nos falte. Todo lo que necesitamos para ser absolutamente felices ya se encontraba en nosotros desde el primer día de nuestras vidas. Lo que ocurre es que no terminamos de creerlo. No confiamos. Nos cuesta aceptarlo. No parece que lo tengamos, parece que nos falta algo. Debido a que nos han venido pasando cosas malas desde hace años, sentimos que algo anda mal con nosotros.

Pero no hay absolutamente nada malo en nosotros. Si hay algo malo es nuestra manera de pensar, pero no hay nada malo con “nosotros”. Y esta distinción marca la diferencia: podemos fácilmente cambiar nuestra manera de pensar. Cambiar nosotros mismos por completo sería mucho más difícil, pero no es necesario, porque no sucede nada malo con nosotros. Los budistas venimos en distintas medidas, formas y estilos, con muchas variaciones de carácter... y todos vivimos inmersos en la ilusión.

En conclusión, mi esperanza es que, en alguna mínima medida, este concepto de Mentor-Discípulo esté ahora un poco más claro, o a lo mejor un poco más fácil de comprender. Creo firmemente que, en última instancia, seguimos la Ley. Pero la Ley no nos habla, entonces necesitamos maestros. También podemos aprender unos de otros, pero al final, sólo queda uno mismo, su karma y el Gohonzon. Nadie más. Sólo uno mismo puede sobrepasar sus propias dificultades. Sólo uno mismo puede trascender sus ilusiones. Sólo uno mismo puede abrir y revelar su grandeza interior. La práctica budista es el método y es estupendo tener un entrenador que nos diga cómo lograrlo. Que nos aliente cuando estamos desanimados, faltos de esperanza, cuando hemos olvidado, cuando no creemos que somos Budas. Es maravilloso cuando leemos algo que nos alienta, que nos recuerda: “Sí, eres un Buda”. Y ése es el rol de un buen maestro. El Buda es el entrenador, pero somos nosotros quienes debemos jugar el partido y nadie puede jugarlo por nosotros.

Entonces, a partir de ahora, –si todavía no han podido sentir la relación Mentor-Discípulo en sus vidas-, aunque más no sea, deseo que puedan terminar este día sintiendo: “Bueno, creo que al menos vale la pena intentarlo. Puede que deba luchar cuerpo a cuerpo con mis dudas e incertidumbres, tal vez deba tratar de comprender aquello con lo cual no me siento cómodo. No debo soslayar este asunto, no debo creerme que se va a ir por sí solo ni debo tomarlo de una manera superficial o simplemente seguir la corriente como los demás”.

Creo que la relación Mentor-Discípulo es la clave para acceder a nuestros tesoros, para vernos a nosotros mismos desde una perspectiva diferente, para despertar de nuestro sueño y descubrir al Buda Verdadero, el estado original de la Budeidad que existe dentro de todas las personas.